We're Not Potter
Capítulo Cuatro.
Accidente en las escaleras y aventuras en escoba.
Era temprano en la mañana, pero Cataleya era incapaz de
seguir durmiendo. Entre la luz cegadora que entraba de lleno por la ventana y
daba directamente a su cama, los ronquidos de sus compañeras de cuarto y su
insaciable inquietud, el volver a caer en brazos de Morfeo era sencillamente,
imposible. Así que envolvió su torso en una cálida y suave bata de lana color
burdeos que le había regalado Hayley por su cumpleaños tiempo atrás, se calzó
unas pantuflas calentitas y bajó los estrechos escalones hacia la Sala Común,
en busca de cualquier distracción.
Faltaban
por lo menos dos horas para que se sirviese el desayuno, y como estaban todos
dormidos no sería políticamente correcto que se pusiese a hacer ruido. Tampoco
podía ir a gritar a la torre de Ravenclaw a despertar a su mejor amiga para
pasar un rato juntas, porque no se sentía capaz de entrar ella sola a aquel
extraño hogar de águilas, y veía difícil encontrar sin despertar a nadie más la
habitación de la castaña, que debía de estar durmiendo como la marmota que era.
Cuando
llegó a la enorme sala de los leones, lo primero que se encontró fueron las
ascuas de la chimenea palpitantes, aún desprendiendo un tibio calor hogareño
que ya relacionaba con su casa. Pero después, una voz la distrajo de sus
pensamientos soñadores y terminó de espabilarla.
-Buenos
días.
Se giró
hacia el dueño de la voz, encontrándose sentado en un sofá a Ojitos, el
muchacho de brillante cabellera rubia y hermosa mirada celúrea que había visto
con Hayley en la Ceremonia de Selección del Sombrero sólo un par de días atrás.
Llevaba un pijama a cuadros azul marino y una sonrisa cegadora.
-Madrugadora,
¿Eh?
Cataleya no
pudo evitar pensar en lo guapo que era aquel muchacho y en lo absurdo que sería
mentirse e intentar negarlo. No era guapo como un modelo, de pómulos altos y
pestañas largas. Ojitos era guapo por lo natural de su sonrisa, con un canino
sobresaliente que le hacía ver más humano y terrestre, además del cabello
despeinado y el pijama arrugado.
-Más o
menos. Soy Cataleya, por cierto.
-Lo sé.
–contestó el chico ensanchando la sonrisa. –Todos conocen a la menor de los
McPherson. Qué decir de tus compañeros de casa.
Cataleya se
aguantó un bufido. Empezaba a aburrirle aquello de que todos la conociesen por
su puñetero apellido. Para ella, su apellido no definía su personalidad, sus
gustos o sus manías… no definía nada de ella, en realidad. O al menos, como la
gente lo daba a entender. Hacía menos de medio año que sabía que tenía poderes,
y ahora en menos de una semana todo el mundo sabía de su existencia. Siempre
había llamado la atención, lo sabía perfectamente, pero aquello era ya
totalmente absurdo.
-Pues mira
tú que bien. –contestó finalmente dejándose caer en el sofá más alejado posible
al de ojitos. Apoyó la cabeza en el respaldo y miró a su alrededor, evitando a
toda costa la mirada del muchacho.
-Siento si
te he ofendido. Mi nombre es Robin. Robin Murphy.
Cataleya de
miró, pero no dijo nada. Él la miraba con los ojos brillantes llenos de
curiosidad, y una pequeña sonrisa pintada en los labios. Por unos segundos, le
recordó tremendamente a su mejor amiga, con aquella mirada arrepentida y
curiosa, y aquella tímida sonrisa tiesa.
Y únicamente por eso decidió responderle:
-Pues
buenos días, Robin Murphy.
Él dejó
escapar una tímida carcajada.
-Si sirve
para romper el hielo… no soy de por aquí. De hecho, soy canadiense, como mis
padres. Nos mudamos a Inglaterra hace unos años… todavía no estoy del todo
acostumbrado a vuestros modales refinados, ¿Sabes?
Cataleya
rió a su comentario. Era cierto que los modales y deberes de los ingleses
incluso a ella le sorprendían y en ocasiones causaban molestias, y su
sinceridad le causó gracia.
-Sí, bueno,
es cierto. ¿Dónde vives?
-En
Liverpool. No es muy grande, pero es acogedora. Tenemos un museo bastante
famoso dedicado a una antigua banda…
-Los
Beatles, los conozco –le interrumpió la muchacha riendo. Debía admitir que le
caía bien aquel chico, a pesar del extraño mal principio. Era buen chaval. Y
además, como plus añadido, era guapete. Y tenía unos ojazos… -Yo vivo en
Londres desde muy pequeña, pero, aunque supongo que ya lo sabes, soy escocesa.
Él sonrió
de lado, apartando la mirada la ventana.
-Me alegro
de que estemos en la misma casa, McPherson. Tengo la sensación de que seremos
grandes amigos.
La muchacha
asintió, aunque él no le estaba mirando, cuando un rostro le cruzó fugazmente
por su cabeza.
Hayley.
Se llevó la
mano al mentón, pensativa.
Robin
Murphy… canadiense, residente en Liverpool, Gryffindor, y por lo tanto
“hermano”, ojos preciosos, brillante sonrisa, gracioso, guapo, de conversación
fácil, y hasta donde sabía, no era torpe y podría ser protector.
¿En qué le
convertía eso? ¡En un increíble pretendiente para su amiga! Llevaba muchos años
alejándola de indeseados, pero ahora que estaban allí… sería un buen momento
para buscarle muchacho a su amiga… y aquel con el que estaba hablando a las 6
de la madrugada, era un caso excepcional. Además, podía tenerle vigilado
porque, técnicamente, vivían juntos. Podía persuadirle y llevarle por el buen
camino para conquistarla, y podía confiar en él para defenderla cuando ella no
estuviese… ¡Era definitivamente perfecto!
- Eh…
¿Cataleya? ¿Por qué sonríes así? Empiezas a asustarme.
- ¡Oh!
No te preocupes, Robin… es sólo que me he acordado de que tengo que presentarte
a alguien.
~♤~
Cuanto más mayor era, más odiaba madrugar. La menos de los
O’Brien aborrecía totalmente el levantarse antes de las 10 de la mañana de su
cómoda cama, y más aún para ir a clase. Pero tenía que admitir que desde que su
vida dio un giro de ciento ochenta grados en verano al descubrir que era una
bruja, eso había cambiado un poco. Ahora estudiaba en Hogwarts, un colegio de
renombre para personas como ella donde, de hecho, había estudiado su padre, sus
dos tíos y casi toda su familia.
Y además, estudiaba allí con su mejor amiga.
Le daba un poco de rabia que no estuviesen en la misma casa,
pero era algo inevitable teniendo en cuenta lo distintas que eran en muchas
cosas. Mientras la pelirroja se había convertido en una orgullosa leona, ella
había sido bautizada por el sombrero como Ravenclaw, águila sabia, curiosa e
imaginativa. Era la casa de sus sueños.
Bajó trotando los escalones que separaban su cálido cuarto
de la iluminada Sala Común. Adoraba su Sala Común, tan amplia, espaciosa y
llena de libros. Olía a aventuras, a lomos de cuero y páginas viejas, a
historia y misterio y a frescor y ascuas de chimenea. Estaba vacía, aún quedaba
más de media hora para el desayuno y las clases, pero los nervios no la dejaban
dormir más. Llevaba la corbata echa una bola en una mano, dispuesta a aterrizar
en la mesa de los Gryffindor si era necesario para que se la pusiese su mejor
amiga, porque ella era una inútil y no sabía hacerlo sin quemar nada en el
proceso. Se puso frente a la puerta de entrada y comprobó que llevaba todo en
su bolsa: libros, unos guantes por si tenía frío, sus plumas y un tintero
firmemente cerrado y un par de libros para las clases de la mañana. La verdad
es que su bolsa pesaba bastante, pero era algo inevitable: para poder acceder a
la torre de Ravenclaw, a diferencia de las otras casas que tienen puertas
ocultas y contraseñas, la puerta que da a la Sala Común se sabe perfectamente
donde está, pero una aldaba en forma de águila impide la entrada a aquellos que
no pertenecen al hogar, o más bien a aquellos que no merecen acceder allí, pues
realiza una curiosa pregunta que sólo una mente erudita es capaz de responder.
Eso significa que muchas veces, al cambiar cada día la pregunta, ni un
Ravenclaw es capaz de responder rápidamente, o incluso sólo –es una buena forma
de hacer amigos y conocer gente de la misma casa-, y a Hayley no le parecía
cómodo ir con prisas por haber dejado algún libro y llegar tarde a la clase por
no lograr entrar en su propia casa.
Cogió aire y lo soltó despacio. Se pasó las manos por la
falda plisada negra que llevaba justo hasta las rodillas un poco arrugada y se tiró de
las medias oscuras que le llegaban a la rodilla hacia abajo. Se colocó bien
sus collares de la suerte, provistos e coloridos y ruidosos medallones y
campanillas y se pasó una mano por el cabello que llevaba hecho un cristo por
ser incapaz de cepillárselo sola. Era un desastre andante, y estaba casi segura
de que llevaba la camisa mal abrochada.
Abrió la puerta y bajó las escaleras con cuidado de no
tropezar y partirse los dientes contra la piedra del suelo. Fue derrapando
entre alfombras, suelo y escaleras, intentando acordare con exactitud de los
giros y curvas que tomaba mientras iba hacia el Gran Comedor. Era temprano,
pero aún no tenía muy claro si se perdería una o dos veces antes de llegar. Las
personas de los cuadros le daban los buenos días y la saludaban con la mano, la
seguían con la mirada e incluso un caballero de poca educación le soltó un
silbidito picarón.
Cuando estaba llegando al último tramo de escaleras, después
de dar varios rodeos para poder encontrarlas y sufrir un pequeño accidente por
no fijarse en las escaleras móviles, avistó una melena corta pelirroja semi
rizada que relacionó instantáneamente con su mejor amiga. Fue tan sorprendente
para ella encontrarla antes de lo previsto, que tropezó –para varias- con sus
propios pies, y trastabillando cayó escalones abajo. Cerró los ojos con fuerza
y apretó los dientes mientras se llevaba las manos a la cara para intentar
frenar el golpe.
Todo fue a cámara lenta.
Ya se imaginaba en la enfermería del colegio con un hueso
roto en menos de una semana de clase por culpa de su estúpida torpeza. La
vergüenza.
Pero el golpe no llegó. Su cuerpo chocó contra algo esbelto
y suave, y unas manos le rodearon la cintura y la tomaron por un brazo. Su
frente rebotó contra algo duro y cálido y cuando levantó la vista sintió su
rostro arder.
Había caído de nuevo encima de alguien.
De un chico. De un chico guapo. Rubio, ojos azules, sonrisa
torcida. Se acordó de él del día dela Selección del Sombrero: Ojitos, de
Gryffindor.
- ¡Hayley! – la voz alegre y preocupada de su mejor amiga la
sacó de sus pensamientos. Subía el par de escalones que la separaban de ellos. - ¿Estás
bien?
Hay sintió algo que le acariciaba el costado, y se dio
cuenta de que las manos del muchacho aún estaban ahí, sobre su cintura, y que
aún no había despegado la vista de ella.
- Eh… sí. - contestó tras una pausa, con las orejas rojas
ardiendo y las mejillas bañadas de rojo.
- Bueno, Robin… gracias por salvarle el culo a mi mejor
amiga. Hayley, este es Robin Murphy, compañero de casa… Robin, esta es mi mejor
amiga, Hayley O’Brien. Ale, amigos para siempre.
Hayley volvió a mirar hacia el muchacho, cuyo rostro estaba
iluminado por una sonrisa. Él no decía nada, sólo la miraba y sonreía y no
apartaba la vista de ella.
Algo se estrujó en su pecho bajo su atenta mirada y aquel
pícaro brillo en su mirada, sus manos amplias, suaves y cálidas y la mirada
divertida de su mejor amiga.
Porque Cataleya observaba todo encantada, feliz de su
progreso sorpresivo y de aquel fantástico accidente en las escaleras en el que
su plan se puso finalmente en marcha.
Aquella mañana el desayuno le sabría a gloria.
~♤~
Como estaban a principios de Septiembre el aire aún no era del todo frío, el cielo se hallaba despejado y el sol iluminaba completamente el césped donde se hallaban las escobas básicas que poseía el colegio para las clases de vuelo. Sí, era la primera clase de vuelo para los de primer año de Gryffindor y Ravenclaw, los alumnos se hallaban apiñados justo enfrente a todas las escobas depositadas en el suelo, obviamente a los que no habían visto una de cerca les imponían. Cataleya las observaba con cierta impaciencia, estaba deseando montarse en una y ver qué tan lejos podía llegar en ella. Robin, en el centro de las dos amigas, trataba de mantenerse como una témpano inamovible, pero en el fondo algo en su interior se removía con ansias. Hayley por su parte se encontraba contradecida, por una emoción ante la nueva experiencia pero a la vez temerosa de los posibles accidentes que le podrían suceder.
De pronto la profesora Amanda Wilkins, llegó volando en su escoba, y aterrizó ante los primerizos. Hayley la recordó, era aquella profesora de pelo rizo que le llamó la atención en la ceremonia de selección.
- ¡Buenos días alumnos! Soy Amanda Wilkins, vuestra profesora de introducción al vuelo. Posicionaos en el lado izquierdo de las escobas. - los alumnos, aún un poco desorientados no se movieron. - ¡Vamos chicos!
Como si fueran uno todos ocuparon su sitio al lado de cada una de las escobas. Cataleya vio sonreír a Robin por el rabillo del ojo, con esa sonrisa que cegaría a cualquiera, debido a que él se había puesto a su derecha, mientras que Hayley estaba enfrente, con sus compañeros de casa.
- Muy bien, extended vuestra mano derecha y decid ¡arriba! con determinación. - Amanda posó su escoba en el suelo patra proceder a pasear observando a los alumnos.
Todos extendieron los brazos casi al unísono, con la palma extendida hacia el suelo. Las primeras voces se escucharon: "¡Arriba!" Entre ellas la de Robin, Cataleya, y dos chicos de Ravenclaw. Todos menos uno de Ravenclaw consiguieron que la escoba se elevara hasta llegar a atraparla con sus manos. Enseguida el resto comenzó sus intento, aunque pocos los conseguían a la primera. Hayley miró a Cataleya, y la pelirroja le hizo un gesto casi imperceptible para el resto de personas. Entonces la morena gritó la palabra y la escoba subió rápidamente hacia su mano, aunque por la excesiva efusividad, la escoba en vez de detenerse en la mano de la pequeña O'Brien salió disparada contra Robin, quien por buenos reflejo consiguió que no le diera en la cabeza, pero su hombro no tuvo la misma suerte. La escoba volvió igual de rauda a la mano de Hayley, quien esta vez se aseguró de atraparla sujetándola con todas sus fuerzas.
- ¡Dios Robin! ¡Lo siento tanto! - él se echó a reír tan naturalemente a Cataleya le dieron ganas de reír con él, pero se contuvo aunque no pudo evitar sonreír. Hayley aún con expresión de aungustia se frustró por la carcajada del ojiazul. - ¿¡Estás bien!?
- En mi opinión, yo creo que no llega vivo al atardecer. - Cataleya expresó su comentario con gran diversión, pero Hayley no se permitió el lujo de divertirse con la situación.
- Tranquila Hayley, estoy bien, no es más que un pequeño golpe. - su sonrisa se volvió cálida, entonces la morena se tranquilizó.
Tras otros 15 minutos esperando a que todos consiguieran alzar sus escobas, Amanda les indicó que debían sentarse en sus escobas, y dar una patada al suelo cuando quisieran elevarse sobre ellas. Con el sonido del silbato el primero en salir disparado en su escoba fue Robin Murphy, se elevó dio una vuelta de 360º y volvió a estabilizarse como si solo hubiera apartado su flequillo de la frente. Muchos de los presentes se quedaron petrificados, ¿cómo había hecho eso?
- ¡Eh rubio! Tú ya habías hecho esto ¿no?
Robin no se molestó en contestar a la pelirroja, dado que era obvia la respuesta. El resto de alumnos empezó a volar con bastante cautela sobre sus escobas, tan solo un par más manejaban la escoba con cierta gracia, obviamente los de familias mágicas, los cuales ya han montado en una anteriormente. Cataleya se sentía viva, libre, estar a metros del suelo debería provocar pánico como a cualquier muggle, porque quiera o no, ella fue criada como una muggle, pero sin embargo no sentía el miedo que se supone que debería tener. Algo en la sangre le hervía, le gritaba que gritara, la emoción la embargaba, la escoba se movía ráuda, arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda... el viento acariciando su cara, sacudiendo su pelo... todo era mágico, ¡sí, mágico!
Mientras Hayley solo se elevó a un par de metros del suelo. En su cabeza solo aparecían dudas, si ella era una patosa en tierra no era muy buena idea que jugara con su suerte en el aire, aunque sí, fue una de las primeras en mantener estable su escoba después de conseguir que se elevara sin matarse. El joven de dorada cabellera apareció como si de un rayo se tratase, se detuvo a su lado con... esa sonrisa que parece nunca abandonar su rostro, algo que hacía irritar a Hayley aunque también le encantaba, le hacía sentir bien al verla.
- ¿Qué ocurre Hayley? ¿Te da miedo volar? - en su tono se notaba un destello jocoso sin malicia, que a la muchacha le hacía tener ganas de tirarle.
- No solo es que... no creo que esto se me de bien.
- Está bien. Entonces cree en ti. - el chico hizo un movimiento por el que la escoba salió disparada hacia arriba.
Hayley se agarró con todas sus fuerzas al palo, Cataleya que hasta ahora había estado disfrutando de su primer vuelo se alertó ante la velocidad con la que iba su mejor amiga, que a su vez parecía fuera de control. Robin observaba alerta, por si en cualquier momento debía ir a rescatar a O'Brien, pero Cataleya no iba a asumir riesgos en lo que a Hayley se trataba, aunque la pelirroja no era una experta no le importó. Le lanzó en picado hacia la morena, quien iba directa a chocarse dolorosamente de frente a uno de los muros del colegio. Murphy también comenzó a ir en su rescate ya preocupado, pero cuando apenas faltaban un par de metros para estrellarse, Hayley logró frenar de golpe sin salir volando del medio de transporte mágico. A Cataleya casi le da un infarto pero se acercó a Hayley para corroborar que estaba entera, mientras Robin que iba demasiado rápido para evitar estrellarse contra el mismo muro hizo una maniobra que casi dejó a ambas chicas con la boca abierta.
- Hayley, ¿te encuentras bien? No sabía que tu escoba se descontrolaría tanto, ¡lo siento! - por primera vez vieron en la cara del chico algo que no fuese una sonrisa.
- Perfectamente, he sido capaz de no matarme estando encima de este trasto. Creo que se me da mejor sobrevivir en las alturas que en la tierra. - esta vez le tocó a la pequeña O'Brien dedicar una sonrisa tranquilizadora a ambos. El resto de alumnos apenas se percataron del incidente, no más que un par al azar. La profesora Wilkins llegó en menos de lo que alguno pudo notar.
- ¡Vaya Murphy! Son pocos los chicos que he conocido que vuelen de una forma tan espectacular y muchos los años que llevo dando esta clase en este colegio. Es obvio que mis clases se te quedan pequeñas, buen trabajo. O'Brien no muchos alumnos, y todavía menos de primer año, consiguen lo que tú has hecho. Chicas, ¡a practicar! - las últimas palabras fueron dichas con un buen humor que nunca habían visto en un profesor. Hayley y Cataleya se miraron cómplices, estas clases definitivamente le encantaban.
Prosiguieron la lección con tranquilidad. Hayley se hallaba totalmente asombrada de la facilidad con la que manejaba la escoba, todo lo contrario a lo que tanto ella como sus conocidos pensaban. Con otro toque de silbato todos trataron de aterrizar, unos mejor que otros, eso era obvio, Robin lo hizo sin problemas, mientras que Cataleya dudó un poco, por una parte no quería que tan mágica experiencia acabase, pero por otra ella no sabía cómo aterrizar. Trató de fijarse en como lo hacía el resto y les imitó aterrizando impecablemente, al igual que Hayley, quien lo había hecho poco después que el rubio.
De pronto un ruido seco paralizó a todo el mundo, el éxtasis por la primera clase de vuelo se vio eclipsada por la tensión, un alumno de Ravenclaw se había caído de su escoba y se encontraba tirado en el suelo inmóvil. La profesora se lanzó hacia él o ella casi como si se teletransportara.
- ¡Clase finalizada! - dicho esto embrujó el cuerpo inerte del alumno y se fue corriendo, lo más probable es que a la enfermería.
- ¡Pobre Michaella Pemberton! - alguien la conocía. Cataleya a pesar de estar apenada por el incidente se alegró de que no fuera Hayley la protagonista de él.
Todos posaron sus escobas contra el muro del castillo y se dirigieron al interior para asistir a sus siguientes clases, aunque de camino no se escuchaba nada más que un murmullo, un ruido constante y molesto que no hacía más que empeorar el sentimiento por lo ocurrido.
- Se recuperará, no os preocupeis, a la hora de comer estará más sana que nosotros tres juntos. Además la vieja enfermera Gertrudise Plotts es una eminencia, es conocida por preparar y tener unos grandes remedios curativo para todo. - a las chicas les sonaba muy raro eso de los brebajes curativos. Hasta hace apenas unos meses hubieran penado automáticamente en milagros, pero no, era magia, simple, real y maravillosa magia.
- Eso espero. - Hayley se preocupaba por la chica, pero a su vez, le gustaba saber que no estaría un mes entero escayolada si se torcía o rompía algo. En Hogwarts tenían curas rápidas para su torpeza.
CONTINUARÁ...
~♤~
¡Al fin! Nuevo capítulo recién sacado del horno...
Nuevo personaje, SALSEO AL ACECHO y muy pronto mucho más, en esta encantadora aventura que tanto se deja desear... aunque en nuestras mentes ya está totalmente moldeada para vosotros jugadores.
Esperamos sinceramente que os haya gustado el nuevo capítulo y que sigáis ahí leyéndonos y apoyándonos en silencio con vuestras queridas visitas. AUNQUE PODRÍAIS HACER UN POCO MÁS DE RUIDO.
Os queremos y desde aquí os deseamos una feliz semana,
Las Nuevas Merodeadoras.